La Galería Siboney, en Santander, acogerá la muestra ‘Perentorio’ de Lau Rodríguez

Nube silvestre.

La exposición se podrá visitar hasta el día 3 de marzo y la inauguración será el día 26 de enero

La Galería Siboney, en Santander, acogerá la muestra titulada ‘Perentorio’ de la artista madrileña Lau Rodríguez que se podrá visitar hasta el día 3 de marzo y cuya inauguración será el día 26 de enero, a las 19.00 horas.

La iniciativa reúne pintura, dibujo y escultura que se relacionan entre sí, sin estar claro si se trata de bocetos las pinturas, las esculturas o los dibujos, pero que sin duda trasladan al espectador a un universo de fábulas misteriosas.

Lau Rodríguez estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid, para dedicarse principalmente a la pintura, el grabado y el muralismo, y pese a se inició en el mundo digital y en la programación, pronto retornó a técnicas más tradicionales.

La pintora vivió unos años en México, país en el que inconscientemente se empapó de sus colores que están muy presentes en su obra. A su regreso a España instaló su estudio en la zona de Carabanchel, para años después trasladarse a Cantabria en donde a buscado rodearse del entorno mágico de la naturaleza y la vida.

Con motivo de la exposición de grupo en la que participó en el Centro Nacional de Fotografía de Torrelavega, en el marco de la exposición comisionada por Jesús Alberto Pérez Castaños, ‘Activas’, que reunía a “nueve artistas innovadoras, emergentes, sorprendentes”, el crítico Gabriel Rodríguez decía sobre la obra de Lau Rodríguez que “es una pintora que parece tener una conexión directa con la forma y el color, como si un impulso certero se transmitiera a través de sus dedos hasta el pincel, como si el pensamiento en imágenes se deslizara con facilidad, como un fluido, hasta las formas”.

Bodegones bárrocos

En la muestra individual de Siboney, sus pinturas recuerdan a ciertos bodegones barrocos, inquietantes, en los que nos presenta un mundo de animales y plantas exuberantes. Pinturas en las que la naturaleza estalla, se expresa, sobrecoge, produce un impacto visual fuerte por la fuerza de unas imágenes autónomas que se instalan y dialogan con el universo imaginario.

Plantas y animales inocentes, lejos de los humanos, prolíficos, fértiles, mezclados en una convivencia estrecha de pétalos, plumas, algas, patas, hongos, picos, líquenes, ojos, corales, raíces, pelos, bayas, flores, lanas que dan forma a seres que sorprenden con la insolencia de sus colores, que componen un paraíso que se aproxima sigilosamente a lo siniestro, a lo que florece o estalla en lo cotidiano para romper el orden de lo conocido, de lo nombrado. Animismo celular, explosión incontrolada de vida que parece pasear al borde de la muerte.

Son bodegones atemporales, imposibles, en los que vemos flores, frutos y algas convocados a un tiempo y a un lugar imprecisos, de distintas estaciones y climas. que con abundancia y fertilidad, todo germina, invade, se amalgama.

Cada objeto o cada parte es real, existe en la naturaleza, pero al convivir, al unirse en yuxtaposiciones caprichosas evoca un universo abigarrado, onírico, descoyuntado. Cualquier elemento se mezcla con otro, un árbol, una seta, un sapo, un ave, unos líquenes, para camuflarse o para dar paso a híbridos circunstanciales.

Escultura gallina herbacea.

A pesar del desastre ecológico, el mundo seguirá evolucionando, la vida es terca, el hombre es solo una estación de paso, los mecanismos que han creado la variedad biológica del mundo continúan activos. En este momento, hay mutaciones, cambios, indiferentes a los desmanes del hombre: la madre tierra va a seguir viva, aunque el ser humano se obstine en desaparecer.

Ciervo coronado

El macho alfa, el cráneo de un ciervo coronado de astas yace rodeado de flores y frutos exuberantes, entre flores fálicas y abiertos frutos femeninos. Un inquietante humo magenta deja una nota apocalíptica en el paraíso. Son imágenes de composición y luz centrales, ojos sin párpados, que se enfrentan al receptor sin concesiones.

Lau Rodríguez tiene un gran dominio de la escala, de la sintonía entre el tamaño de la pincelada y el de la obra, de la composición diminuta o de grandes dimensiones. Así, hay una intrincada y constante mezcla dominada por lo animal y lo vegetal y frente a la idea del hombre como centro racional de la creación, con el poder del libre albedrío, aparece la fractura, la imperfección, la exuberancia de la debilidad, el sueño, el tejido de lo vivo, la continuidad de otras formas de vida injertadas, diluidas en el medio ambiente.

Las flores pueden ser algas, los líquenes pelos, las patas raíces, la lana hierba, las plumas hojas. En cada escena revolotea como un vampiro lo siniestro, lo que hace sospechosa la realidad, los seres extraordinarios que rompen la unidad lógica del objeto nombrado, las yuxtaposiciones, los encuentros anómalos, las partes desgajadas.

En la muestra aparece una red de relaciones causales, lógicas, que protege, que da forma a nuestro hogar, que se rompe con la aparición de lo híbrido innombrable. Retorna lo primitivo reprimido, la eclosión de lo natural que ignora las categorías estrictas que le hemos impuesto, la abundancia incontrolada de nexos imprevistos.

Frente a lo simbólico, a lo que une en un cuerpo, al mensaje único que ordena y unifica, aparece lo diabólico, lo que separa, disgrega, lo que sufre las metamorfosis de lo natural, el animismo que surge con prodigalidad como acumulación de frondosos seres fragmentarios.

La obra de Lau Rodríguez, desde un desencanto postapocalíptico, se inscribe en una figura compleja y atractiva que dibuja la posición de la mujer frente al mundo, que se nutre del posthumanismo entendido como un humanismo que ha abandonado la centralidad en torno al hombre para descentrarse y extenderse a todos los seres vivos, y que se apoya en la ecología, la postura humilde de pertenencia a la naturaleza.