Las mozas del agua, unas Náyades en Cantabria
El medio acuático ha inspirado a los hombres de todas las épocas, ya que desprende un sentimiento de veneración, debido a que las aguas dulces simbolizan la totalidad de virtudes
Existen deidades menores que habitan en un paraje en concreto, como puede ser un manantial, arroyo, gruta, río o lago.
Las más conocidas por todos nosotros son las ninfas de la cultura griega, hijas del dios Zeus, espíritus divinos que animaban a la naturaleza con su belleza, su alegría y su arte.
Muchos artistas del Renacimiento las han representado en sus obras, la mayoría acompañando a un Dios, o ellas solas, siempre desnudas o semidesnudas, representando la calidez del amor.
Aunque nunca envejecen, y suelen ser inmortales, a veces se sacrifican eligiendo como morir, como le pasó a Dafne que se convirtió en laurel por escapar del amor que le ofrecía el dios Apolo.
Hay diferentes ninfas, pero son las náyades, las que me gustaría hablaros, las ninfas de agua dulce, debido a la semejanza de un mito cántabro poco conocido.
A lo largo de los siglos, y lugares diferentes han pasado a llamarse estas náyades de distinta forma: mouras, ondinas, la Melusina en Francia, inxanas en Asturias, lamias en el País Vasco, las donas en Galicia, o dones d,aigua en Cataluña
En Cantabria, a este tipo de ninfas las llamamos las mozas del agua, aunque se les confunden con las bonitas anjanas, porque presentan muchas similitudes entre ellas, pero con menos poder.
Son muchachas pequeñitas que visten capitas de hilo de oro y plata. Tienen el pelo rubio y se lo recogen en largas trenzas. De frente estrecha con una estrella brillante en ella y belleza incalculable. Son mujeres con poder de seducción a través de su hermosura o por sus tesoros.
Llevan muchos anillos blancos en sus dedos y en su muñeca izquierda un brazalete de oro con franjas negras.
Viven en palacios sumergidos en fuentes y ríos. No duermen, y se dedican a tejer madejas hechas de hilo de oro y plata, que los días de sol las sacan fuera extendiéndolas sobre la hierba. Mientras tanto ellas disfrutan del placer de estar en el exterior, jugando y cogiéndose de la mano, bailan y cantan. Por donde pisan salen florecillas amarillas y rojas, que si un ser humano coge una de esas flores será feliz para toda su vida. Al anochecer, ya secas las madejillas, las recogen y vuelven a sus palacios.
Según cuentan, si algún joven consigue recoger el final de esos hilos, las mozas del agua le arrastran hasta las profundidades del agua junto a ellas, pero no se ahoga, esa no es la intención. Ya en palacio, le concede el derecho de elegir entre todas a la que más le guste para casarse con ella. Entonces se convierte en un habitante del agua, y no sale nunca excepto sólo una vez al año.
Junto a su esposa (y su familia si los tuviesen) recorren los caminos, dejando joyas en lugares como árboles, piedras o fuentes.
Éstas son invisibles para todos, excepto para las doncellas más buenas, honradas y virtuosas, que las encuentran y las guardan de por vida. Ellas se convierten en curanderas por el poder que le has otorgado el anillo o el collar, ya que pueden curar cualquier enfermedad con el agua de un río o una fuente.