El cuento de Navidad de la tía Inés

Cuentan que allá perdida, entre un bosque de castaños, en la parte baja del valle, había unas casas centenarias de piedra, con tejados de pizarra, que forman una pequeña aldea.

Allí ha pasado toda su vida la tía Inés, ella es de esas personas que lo han dado todo por su familia, que no han hecho otra cosa que trabajar y dar lo mejor de sí misma a los suyos y a todos los que han tenido la suerte de conocerla, cuentan que es, generosa, amable, sonriente, sobre todo buena gente.

No ha tenido estudios, ni ha visto mundo, pero enseñó dignidad, solidaridad, dio clases de cómo cuidar a los que se quiere y un máster en amabilidad.  Ella no sabía de matemáticas, apenas firmaba, en su tiempo había que trabajar desde muy niña, no había tiempo para ir a escuelas, la escuela era la propia vida.

Esa vida reducida a un pequeño espacio, en simbiosis con la naturaleza, sus animales,  vacas, ovejas, cerdos, gallinas, perros y gatos,  fieles compañeros a los que cuidaba, para ella parte de una misma familia.

Mientras en las redes sociales se viven mundos ficticios, con inteligencias artificiales, en la verdadera aldea se sigue con las más antiguas tradiciones, aquellas que tienen cientos de años, pasando de generación en generación de forma oral y sobre todo mediante lo que mejor se comprende, el ejemplo práctico. Practicando aquello del castigo bíblico, que con el sudor de tu frente recogerás de la tierra, cuando el tiempo acompaña, lo que en la misma se siembra.

Hay quien recorre el mundo y piensa que ya lo ha visto todo, hay quien ni puede salir de su rincón, de su aldea, pero también sabe hacer este mundo mejor. Ahora que puedes recorrer medio Planeta, a veces no tenemos tiempo para observar las pequeñas maravillas que ocurren a nuestro lado.

Disfrutar de ver crecer la cosecha, la hierba, sentir el sonido del viento entre las ramas de esos castaños, robles, abedules… esos sonidos del bosque, una sinfonía que los que la saben interpretar, predicen hasta el tiempo que va a hacer. 

Hay hasta quien se sienta en una piedra para observar cómo unas hormigas trabajan incansablemente, haciendo de la nada un pequeño montículo, ese hormiguero del que se puede aprender lo que se puede realizar con la cooperación de todos. Los canes saltan de alegría al ver a la tía Inés, que viene de lavar la ropa en el arroyo cercano, con un jabón que ella misma ha hecho con grasa y sosa.

La tía Inés se levanta antes de que el sol se asome por la ventana, prepara el desayuno para sus cuatro hijos, ella toma un vaso de leche caliente y con la misma baja al corral, toca dar de comer al buey, que está siempre en la cuadra, es el semental, y el que se lleva la mejor parte.

Después tocan los becerros, que pasen a mamar de sus madres, mientras echa unas paladas de hierba seca para que las vacas vayan comiendo. En tanto, ha preparado la comida para los cerdos, hay que cebarlos. Como mucho se sienta, eso sí, para ordeñar las vacas.

Es un sin parar, las cosas se hacen con mucho cariño, pero también con mucho esfuerzo, los años se van notando, pero la tía Inés es todo nervio, ella no mira lo que hacen los demás, no hay reproches, no mide esfuerzos, ella gana por goleada, no hay una mala cara, hasta su voz es dulce, su mayor reproche es pedir que no le dejen las puertas abiertas para que no se escapen las ovejas.

La vida en el campo puede parecer bucólica, pero también dura, a veces muy dura, en su cuerpo se va notando. Sus muchas tareas van dejando huella, hacen surco en su rostro, que aunque angelical, tiene las arrugas de ese sol, que a veces es una bendición y otras abrasan pasando sin protección.

El frío invernal que corta la cara, las manos endurecidas, que han pasado sabañones y están llenas de callos, de cicatrices, de los muchos golpes y cortes que las diferentes tareas van dejando. Su cara reflejaba el mapa del paso de esa dura vida.

Con todo, la tía Inés siempre tiene una sonrisa, para los suyos, para sus vecinos. Puede haber días malos, seguro, pero se afrontan con esa resignación, de quien sabe, o cree saber, cuál es el puesto que la vida le ha dado, no pide más que le devuelvan algunas sonrisas.

Es probable que haya personajes que aparecen en la prensa, políticos que pasan la vida diciendo lo mucho que hacen por nosotros, aventureros enseñando sus proezas, pero muy pocos son capaces de dar tanto a los demás y recibir tan poco, desde la humildad y el cariño.

Un día como otro, cualquiera la vida se va. La tía Inés yace bajo tierra, pocos la recuerdan, su familia que, sin duda, nota un vacío enorme, sus amigos que los hay de todo, algunos piensan: ¡Pobre mujer, lleva toda su vida trabajando, dejándose la piel por los demás, para terminar de esta manera! Un mal día, su corazón, quizás de dar tanto a los demás, se quedó sin fuerzas,

La tía Inés puede ser un cuento de Navidad, una historia inventada, pero quien escribe esta historia ha tenido la suerte de conocer a más de una tía Inés. Ojalá valoremos mucho más su trabajo, el de esas madres que piensan, siempre, antes en los demás.