Feng Shui
Tengo que cambiar toda la estructura de mi casa a la voz de ya. Ahora entiendo por qué me duele la cabeza, me salen sabañones en verano, y mira que es raro, y porqué se me encogen los filetes en la nevera si no los he cocinado.
Está muy claro, la culpa es del Feng Shui, ¿cómo no me había dado cuenta antes? Desde que lo he descubierto estoy más aliviada porque estaba acojonada al pensar que mi hogar había sido objeto de reuniones de Ouija o ritos satánicos porque lo que sucedía no era normal.
Pues no, nada más lejos de la realidad porque todo lo que me ocurre es porque no tengo orientado bien cada estancia de la misma y eso me trae consecuencias de negatividad y energías poco productivas para mí día a día.
El caso es que todo empezó cuando vi que a mi marido se le agriaba el carácter y que no estaba con todas sus facultades a pleno rendimiento, por lo que consulté a un especialista y me lo dejó muy claro, era porque la cama no estaba orientada hacia el sur y al estarlo hacia el norte los vientos alíseos del pranayama del yoga tántrico estaban haciendo de las suyas de tal manera que casi me asusto y vendo el ático en cuestión, que una está para pocas leches y menos a mi edad.
Pero lo peor fue cuando vi al perro que maullaba y se movía como una gallina clueca. Eso no fue lo malo, si no que un día mi hijo me preguntó que desde cuándo teníamos perro y ni tan siquiera pude recordarlo, por lo que le dije a este, con cara de cordero degollado y moviendo el rabito como la Lola Flores con su bata de cola, que o me decía cómo había llegado a nuestras vidas o llamaba a la protectora porque un espécimen así no lo habían visto ni en Cuarto Milenio con Iker Jiménez, por lo que mi progenitor me recomendó que nos lo quedáramos, que le había cogido cariño y que de esta nos forrábamos porque iba a venir hasta la Santísima Trinidad en procesión para verlo.
El caso es que otro día de ese mismo mes le miré a mi esposo mantecoso y al ver que me contestaba con una amabilidad exquisita, nada propio de su persona cuando está viendo una serie de Netflix y dice que le interrumpo, cuando mi duda existencial de ese momento era saber si había subido el pan o tenía que bajar a comprarlo; me sentí nerviosa, con convulsiones y con un escalofrío al ver cómo reaccionaba que lo único que me provocaron fue que preguntara a voz en grito que quién era el que estaba sentado en el sofá y que me devolviera a mi marido echando leches porque sí se parecía a él, pero no me cuadraba nada de lo que decía, por lo que iba a denunciar al colegio de abogados en temas esotéricos por usurpación de la personalidad.
Sentí pánico de esa reacción tan positiva y amable, propia de un estado de relajación pleno y eso en mi vida no cuadra, ni con cartabón cuadra, por lo que me puse a investigar qué pasaba en mi casa. No se crean, que me llevé un susto y de los buenos al escuchar que este me decía, y sin poner en pausa la serie en cuestión que estaba viendo, que no me preocupara que bajaba él enseguida y compraba una barra de media cocción, cuando no la quiere ni a tiros ni a balazos porque le estriñe la harina en cuestión.
Os juro que me encerré en la cocina y estuve a punto de contactar con los ‘Man in Black’ con Will Smith desterrado de los Oscar por un bofetón, para que hicieran un exorcismo en toda regla porque ese no era mi marido, ni a la puerta que te asomes era ese mi marido.
Pues la explicación a esa escena era muy clara, el sofá sí estaba colocado de la manera correcta con una ubicación y direccionalidad tan precisa que le habían sacado lo mejor de su persona, y mira que tiene cosas maravillosas, pero esa transformación viendo una serie no era propia de su estado emocional.
Y claro, visto lo visto, me documenté sobre el tema y me di cuenta de que donde vivía era digno de ser demolido por los de saneamiento de edificios con aluminosis porque nada estaba en el sitio que le correspondía. No sé si saben lo que es tener sudores extremos por miedo y ansiedad, les aseguro que fueron tan brutales que a punto estuve de pensar que había una sauna en casa y que el vendedor no nos lo había dicho porque era una sorpresa que debíamos descubrir pasado un año de estancia aquí, por lo que casi me ahogo, pido un mojito con mucho hielo y una toalla para secarme el sudor, que ya hacía charco en el suelo y no era plan, que estoy segura de que eso también traería consigo una carga negativa traducida en virus de un pangolín que hubiera anidado en Cantabria y no estaba dispuesta a pasar por ahí para declarar otra pandemia casera con rifi rafe en el Gobierno central. ¡Para esos menesteres estaba yo en ese momento!.
El caso es que fui por cada estancia de mi hogar y me fijé si cuando me acercaba a una pared sentía frío, calor o escalofríos, ¡ahí estaba la respuesta, con los pelos de punta como contestación taxativa a lo que no entendía!
Lo peor fue en la cocina, sobre todo cuando me acerqué al fregadero. Los escalofríos eran tan potentes que de poco me da un parreque y me juré una y mil veces que no volvía a fregar, amén se me acumulasen los platos como si tuviera el síndrome de Diógenes.
Si esa estancia de la casa me provocaba esa sensación yo ni me acercaba, pero no le dije nada a mi marido, oye, que pruebe él si le hace la misma reacción,¡ no te digo!, que todos no somos iguales antes las energías del subsuelo o del éter divino y lo que es bueno para mí no lo es para ti, mira el jamón serrano y los huevos para el colesterol. Quita, quita, que no quiero responsabilidades de que luego se me acuse de haber provocado que las arterias se llenen de porquerías y por ahí no paso.
El tema es que un día se levantó mi marido y me encontró con un mazo en la mano y se asustó tanto que me dijo que si tenía que avisar a la Ministra para que le protegiera porque estaba en riesgo de que fuera violencia doméstica y se sentía desamparado. Eso sí que me encendió más, porque nombrar a Satán en una casa cristiana es delito de malversación de los poderes religiosos estipulado por el Vaticano desde sus inicios con un Cisma, no sé cuál, pero uno en concreto.
Le tuve que calmar porque de verdad que me vio agresiva, pensando que debía tirar paredes cagando leches, vio que los ojos los tenía inyectados en sangre y eso no era nada bueno, nada en absoluto.
Por supuesto tuve que justificar la escena que estaba teniendo, y daba miedo, asegurando que debíamos de tirar paredes de tal manera que pusiéramos todo en condiciones porque la orientación no era la correcta.
Es más, estuve a punto de hacer una reunión de vecinos porque cada casa estaba mal orientada y eso era un peligro tan absoluto que la Greta Thunberg esa si se enteraba que este edificio no estaba edificado en condiciones nos iba a denunciar a la ONU por considerar que era un peligro para los polos y el deshielo de la Antártida. Por ahí no estaba dispuesta a pasar, para nada.
En fin, que ahí estamos, por lo que les aviso de que si ven que sus hijos se movilizan con un pañuelo pakistaní con brazo en alto y que su madre, si viven con ustedes, comprueban que se manifiesta con un discurso feminista extremista y les pide anticonceptivos orales teniendo noventa años, tengan en cuenta de que es por el Feng Shui. ¡Punto, pelota!
Yo les aviso, por lo que pongan remedio antes de que empiecen a tener acciones raras en casa. Avisados están. Por recomendaciones que no quede, que una es buena samaritana y la fe me impide no hacerlo.
Mi alma quedará salvada para los restos y que se libre Dios de que vea que las nubes no están orientadas al sur como esta doctrina estipula en sus manuales para que no se vuelvan locos los Ángeles y se rebelen alegando que no se les paga por las horas extras empleadas con los humanos.
No se libra ni el Papa Juan Pablo II de mis charlas celestiales sobre el tema y cobrando con milagros extremos porque creo que no permiten dinero en esas estancias, ni falta que hace.