La diversidad cultural, el gran juguete de los políticos
Siempre me pareció muy certera la frase de Miguel Delibes sobre la esencia del término cultural: “la cultura se crea en los pueblos y se destruye en las ciudades”.
Las costumbres, la historia y las tradiciones son la base en que se sustenta la evolución de la sociedad y de su adaptación a los nuevos tiempos. En su decisión para adaptar las antiguas costumbres a las nuevas generaciones es donde radica la fuerza de un pueblo para ser más libre.
La sociedad, como concepto genérico, es sabia, evoluciona de forma instintiva, sabe elegir el camino que le es más favorable. El problema surge cuando algunos elementos aislados de esa sociedad genérica quieren imponer su opinión sobre el resto a base a la manipulación descarada de una realidad que se verá deformada y, por tanto, tergiversada en su esencia y su concepto.
Vivimos tiempos de una polarización de conceptos e ideas tan extremas que afecta al normal devenir de la sociedad. Y uno de esos conceptos que más sufre es la cultura en su acepción más diversa. Existen personajes que se erigen en presuntos líderes que intentan alimentar a la masa social con sus ideas atemporales, con teorías alejadas de la realidad histórica y objetiva con la única pretensión de aparentar un liderazgo moral que nadie les reclama.
Para ciertos perfiles políticos, manipular la esencia de la cultura es muy fácil, la adaptan a sus pensamientos, creencias e ideas, y deforman el concepto para hacerlo suyo. Y quién se manifieste en contra será marginado y expuesto al oprobio público. Por fortuna, son movimientos temporales y de corto alcance pero hacen tanto daño que costará largo tiempo en que la realidad objetiva recobre su normal posición.
Tratar de imponer una ideología política usando a la cultura como instrumento es tan antiguo como la propia evolución de la sociedad. Estamos llenos de ejemplos casi a diario, como el arbitrario relevo del actual director artístico de la Compañía Nacional de Danza que ha sido despedido tan solo porque a los actuales dirigentes del Ministerio de Cultura les interesa más tener una mujer, feminista y muy próxima a la ideología del momento, que un perfil profesional más adecuado a las funciones a realizar.
Otros censuran obras de teatro o películas de cine con la rocambolesca idea que afecta a las “buenas” costumbres y al decoro. Supongo que serán a sus propias costumbres y al comportamiento social que les gustaría imponer al resto. O sea, usted no piense ni decida que ya decido yo por usted cómo debe comportarse. Este es uno de los mayores ataques a la libertad individual que se pueden dar.
Politizar tradiciones y costumbres como si sólo fueran de un signo político concreto es algo malvado en su idea, donde la manipulación juega a sus anchas y quien lo promueve se atreve con cualquier concepto, idea o incluso con las instituciones más sólidas y relevantes de un país.
La historia, los usos y costumbres son patrimonio de toda la sociedad en su conjunto, no de un pequeño sector que los usara contra quien no piensa como ellos.
Todos tenemos derecho a la diversidad cultural, ya lo dijo Mahatma Gandhi: “ninguna cultura puede vivir si intenta ser exclusiva”.