sábado. 01.02.2025
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Opinión

La eterna sonrisa de Anita

La vida es una historia llena de capítulos.

En el caso de nuestra querida amiga Ana Vallejo Sedano, que acaba de cumplir 102 años, son tantos que todavía se agolpan en su mente. Quizás no siempre de forma ordenada, pero con la sabiduría que da la experiencia y con una sonrisa que ilumina a todos los que la conocemos.

Anita, como la llaman en la residencia de Altos Hornos en Baracaldo, nació el día 23 de enero de 1923, un año convulso. En el mundo, Alemania sufría una brutal inflación, mientras la violencia y los extremismos, esos a los que siempre debemos teme, preparaban el camino para la llegada al poder de Adolf Hitler.

En España, el Capitán General Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado con el apoyo inestimable del rey Alfonso XIII. Ese mismo año asesinaron a Pancho Villa y, aunque no todo fueron desgracias, también se descubrió la vacuna contra la difteria. En ese contexto, nació nuestra Anita.

Ana Vallejo vino al mundo en lo que entonces era la provincia de Santander, en Espinosa de Bricia, una localidad del municipio de Valderredible, hoy Cantabria.

Recuerda ir a la escuela con cariño, así como los cuidados de sus padres, labradores que soñaban con que su hija pudiera estudiar, algo que en aquellos tiempos no era fácil. Los domingos asistían a misa en la iglesia de la Asunción. No olvida la pareja de bueyes con los que su familia labraba la tierra que sustentaba a todos.

Con temor todavía recuerda los años de la guerra y cómo su familia tuvo que abandonar su hogar para buscar seguridad en Quintanilla Escalada, un pueblo de Burgos. Allí enfrentaron pérdidas de cosechas y ganado.

El hambre era una realidad constante. Cuando podían comer una gallina que ya no ponía huevos, aquello se convertía en un auténtico acontecimiento para la familia. Anita y sus hermanas soñaban con la simple posibilidad de disfrutar unas onzas de chocolate para merendar.

En invierno, sus tíos y primas de Vizcaya la acogían; en verano, eran sus primas quienes pasaban las vacaciones en su pueblo. Ese vínculo fue el que finalmente la llevó a mudarse a la provincia vecina en busca de un futuro mejor.

El tiempo pasa rápido en su memoria. A los 21 años se casó con su novio de toda la vida, Manuel León. “Me casé muy joven; eran otros tiempos”, dice. Su marido era zapatero y trabajó mucho para sacar adelante a la familia.

Cuando le pregunto por el secreto de su longevidad, responde: “no lo sé, pero creo que es importante hacer el bien a los demás, llevarse bien con todos, tener la conciencia tranquila y comer con moderación”. Habrá que apuntar la receta que parece sencilla, pero quizás no sea tan fácil.

En la residencia, Anita se siente a gusto. “Tengo mi cuadrilla”, cuenta. Con Elvira y Mari Luz pasa mucho tiempo, se apoyan mutuamente. Además, las visitas de sus seres queridos le alegran el día.

Mi familia es mi mayor apoyo. Aquí me cuidan bien, pero cuando ellos vienen, sientes que el corazón se acelera. Marieli, mi hija, está todos los días conmigo. Ella lleva el timón de todo”.

Siempre ha sido una persona alegre y agradecida. “Doy gracias por todo lo vivido y por quienes me han arropado en este largo camino. Tener una gran familia es el mayor regalo”.

Me despido de Anita, que sigue conversando con su cuadrilla. En su rostro brilla esa eterna sonrisa y la sabiduría de quien sabe que lo más importante en la vida es, “simplemente”, hacer el bien a los demás.