Cuínes y duende zahorí
Recuerdo con nostalgia mis primeros contactos con el mundo mitología, y creo que para algunos también.
Son nuestros primeros recuerdos cuando éramos niños porque venían en forma de dibujos animados, a través del mundo de los gnomos, en la figura de David el Gnomo. Seres mágicos que viven en plena naturaleza y que se dedican a protegerla y custodiar sus mayores tesoros, como son sus plantas y todo el ser viviente que vive en ella.
Con el tiempo, y tras haber leído varios libros o artículos, y sobre todo cuando empecé a interesarme por la mitología, vi que había más seres mágicos dedicados a proteger el entorno rural como el doméstico.
Los primeros seres que estudie de mitología quizá son los más conocidos como son los trastolillos o los trentis, pero también existen otro tipo de duendecillos bondadosos quizá menos conocidos como son: los cuínes y los duendes zahorí, de los que tenemos muy poca información, pero la suficiente para añadirlo en el mundo mágico de Cantabria.
Los cuínes, los divertidos protectores de los niños. ¿Habéis observado a los bebés como se ríen estando sólos o que hacen ruiditos semejantes a los de un chonuco?
Esto es debido, a que los bebés y los infantes más pequeñuelos poseen el maravilloso poder de ver la magia en sus inocentes ojos, y pueden ver a sus ángeles de la guarda en forma de pequeños duendes como son los cuínes.
Los cuínes son duendes diminutos y saltarines que viven en la casa. Son regordetes, de ojos azules, nariz chata y pelo bermejo. Parecen muy mayores. Algunos visten con capucha encarnada y botines como la nieve y medias rojas.
Se comunican a través de un silbido, muy similar al canto del mirlo, y poseen un bígaro que entona un canto especial.
Les encanta hacer muecas y cabriolas para divertir a los más pequeños, y emiten sonidos muy semejantes a los cerditos, que los más pequeños les imitan haciendo que sus padres, los cuales no les pueden ver, se sorprendan.
Eso sí, cuando los más pequeños empiezan hablar, ellos ven que su trabajo ha terminado y se van en busca de otros pequeñuelos para entretener. El duende zahorí, el buscador milagroso.
Duende, duende, duendecito,
Una cosa yo perdí;
Duende, duende, duendecito,
Compadécete de mí.
Hace muchos años los habitantes de Cantabria lanzaban esta invocación cuando perdían algún objeto, animal o persona extraviada.
Un duende pequeñito y moreno, de pelo rubio dorado, de nariz larga y afilada, ojos negros y cara redonda, aparecía delante de la persona que había recitado este salmo.
Su voz es ronca, y parece que está enfadado, pero es muy alegre, de risa contagiosa y burlona. Es fácil reconocerle porque lleva siempre una zamarra roja y unas sandalias de piel amarilla. Lleva consigo una onda hecha de alas de murciélago, la cual la utiliza para defenderse de las bestias del bosque. También lleva un catalejo en su mano derecha para ver en la lejanía, incluyendo los días de niebla o noches muy oscuras.
Tiene el poder de orientarse sin perderse, además de un instinto innato para recuperar y encontrar cualquier tipo de cosas.
Si la persona que le invoca es buena, el duende se le aparece y escucha atentamente la descripción del objeto o animal extraviado.
Cuando termina, le hace una señal a la persona para que le siga y así averiguar si realmente le interesa lo que ha pedido que encuentre.
Le lleva por caminos pedregosos y lúgubres, y si ve que flaquea o se enfada, o pierde la paciencia o duda de que lo pueda encontrar, el duende desaparece y se va buscar lo perdido por sí mismo. Pero en vez de devolver el objeto a su dueño, se lo queda y se lo regala a otra persona de buen corazón que lo necesita.
Sin embargo es un buen duende, si el que le sigue es un niño o un anciano, y está cansado por las caminatas, no duda en cargarle a sus espaldas, porque a pesar de su apariencia, es muy fuerte.
Si la persona es adinerada, le pide una propina, que luego lo reparte con las personas más necesitadas, él necesita poco para ser feliz.
Eso sí, a pesar de que es un ser bondadoso, no le gusta que se burlen o se rían de él a la cara, y es mejor no hacerle enfadar.
Cuenta la historia de un pastor que había perdido dos ovejas en la montaña, estaba bebido porque había estado de juerga con sus amigos cuando le invocó, y empezó a burlándose y retándolo de encontrar sus dos animales. El duende mosqueado le preparó una, pues le hizo desaparecer todo su rebaño y solo le dejó las dos ovejas que había perdido, dejándole en ridículo ante todo sus amigos y el pueblo en general. Sirviendo además de ejemplo para quien acuda a él, lo haga de buen corazón.