La Noche de San Juan: los Caballucos del Diablo
Se cuenta que se asemejan a las libélulas, pero a diferencia de ellas que son símbolos de buena suerte
Llega el mes de junio, lo que significa, que pronto llegará el esperadísimo verano. Sol, playa, mar, paseos por la noche bajo el cielo estrellado, mientras la luna nos observa desde lo alto. Paz y tranquilidad, y calorcito pero sin agobios, verano típico del norte.
Es el mes que empezamos a despedirnos de las ropas más gruesas, de los jerséis y abrigos, de las botas e incluso del paraguas, aunque viviendo en Cantabria siempre hay que tenerlo muy de cerca.
Es el mes en que empezamos a planificar cómo va a ser nuestra vida a lo largo de estos tres meses, irnos de vacaciones a otros lugares, regresar al pueblo de nuestra niñez, dar la bienvenida a viejos amigos que por circunstancias de la vida viven lejos de nosotros, y una vez al año regresan para pasar estas fechas estivales con nosotros.
Es el mes del fin de las rutinas, nuestros trabajos empiezan amoldarse a esta nueva etapa, los niños se despiden de las clases y los adolescentes finalizan los odiados exámenes.
Siempre que llegan estas fechas, me viene a la cabeza mi niñez, pero sobre todo por una fecha especial, la noche de San Juan.
Yo como la mayoría de los niños, he sido cuidada por mis abuelos debido a que mis padres trabajaban, y sus padres les ayudaban a cuidar a sus pequeños retoños.
A mí, como he contado anteriormente, me encantaba estar con ellos: mi abuelo Manuel, que era un antiguo marinero y mi abuela Pilar, una conservera.
De ellos, a pesar de no tener estudios y ser casi analfabetos, he aprendido a escuchar y apasionarme con las tradiciones que ellos me relataban para tenerme entretenida, o incluso engañarme para que comiera sin rechistar.
Me acuerdo que mi abuela Pilar me sentaba con su paciencia a darme de comer cerca de la ventana de la cocina, donde daba a pequeño patio interior de la localidad, lleno de hierba silvestre, flores y piedras. Era un patio donde nos reuníamos todos los niños de la zona y nos poníamos a jugar, a juegos que ahora nuestros pequeños ni los conoce.
Pues estaba mi abuela Pilar dándome de comer un plato de alubias, y como era un poco mal comedora empezó a contarme cosas sobre la noche de San Juan.
Me habló de las hogueras, que había que llevar lo más viejo y no quería ya, para quemarlo, me habló de ir a la playa y saltar nueve veces mientras pedía un deseo, y de ir a buscar un trébol de cuatro hojas. Yo la miraba con atención, porque a mí el mundo de la magia siempre me ha parecido muy interesante y fascinante, y quizá, estas conversaciones fueran la base por mi gusto por la mitología y las creencias populares del mundo.
Con el paso de los tiempos y continué haciendo lo que me recomendaba mi abuela, y en mi juventud me dedicaba a hacer hogueras en la playa o saltar olas pidiendo deseos que no sé porque no se cumplían.
Ya más de mayor, empezó a gustarme la mitología cántabra y comencé a estudiarlos, y ver que había muchos mitos relacionados con San Juan y su noche mágica. Pero quizá, antes de hablar de ellos hay que conocer un poco de esta fiesta y sus tradiciones.
Una fiesta pagana disfrazada de Cristiana
La fiesta originaria se produce con el solsticio de verano, que es el 21 de junio. El origen es pagano, bebe de la cultura celta pero también de la cultura grecorromana, pero como todo, estas fiestas fueron cristianizadas, pero mantuvieron estos ritos y las tradiciones.
Según la tradición cristiana, se celebra el nacimiento de San Juan Bautista. Se contaba que su padre Zacarías cuando nació encendió hogueras en su honor, ya que Juan fue un hijo muy deseado por ambos padres, ya ancianos y estériles, y gracias a Dios, Isabel que era prima de María, la madre de Jesús, pudo dar a luz un retoño.
Por tanto la Iglesia argumentó esto, para dar explicación de la antigua celebración celta del encendido de las hogueras, y así mantenerla y atraer a los creyentes de las religiones paganas al cristianismo.
El 23 de junio es la noche más corta y mágica del año, es la noche previa al 24 de junio, día dedicado a San Juan. En esta noche los ritos y tradiciones celtas continúan vigentes a través de tres símbolos que son: el fuego, el agua, y las hierbas.
En todos pueblos de Cantabria, el día 23 junio, los mozos y las mozas reúnen hierbas secas, zarzas, leña y pellejos de vino, los acumulan en un punto elegido para encender la hoguera que la prenden al anochecer. Allí todos los habitantes del pueblo, se dedican a danzar y cantan coplas hasta llegar a las doce de la noche, cuando empiezan a saltar las hogueras o las ascuas.
La tradición es que deben de saltar tres veces sin tocar el fuego, y así librarse de los maleficios brujulea, y de otros daños causados por seres reales o fantásticos:
Que la lumbre de San Juan,
Me libre de todo mal
Y por ello he de saltar
Para tener un buen casar.
Hay muchos lugares confeccionan muñecos, que guardan parecidos con alguna persona del vecindario que ha sido objeto de agravio por sucesos ocurridos a lo largo del año.
Un ejemplo es el de Castro Urdiales, donde antiguamente se quemaba un muñeco con ropajes franceses, que recuerdan un hecho ocurrido durante la invasión francesa, donde un general saqueó la villa matando a los niños. Aunque en la actualidad no queman a ese muñeco, se ha quedado rastro de dicha historia en la calle de San Juan donde existe un humilladero con una cruz y una virgen.
Otro elemento importante es el agua. En Cantabria tienen esa tradición de culto a las aguas mágicas, gracias a sus fuentes, a los ríos, manantiales y al rocío de la mañana. Se considera que están dotadas de propiedades curativas y virtudes excepcionales para la adivinación. Esa misma noche, se riegan las plantas para que florezca doblemente, Y bebiendo aguas a medianoche, curan afecciones cutáneas, reuma y otras enfermedades.
También es tradición cascar los huevos en agua y a la mañana siguiente, ver lo que la clara te puede decir de tu futuro, si la clara coge forma de velero, señal de viaje cercano, y si aparece una caja mortuoria, muerte de un familiar.
También es tradición, saltar nueve olas marinas a partir de las doce de la noche, de espaldas a ellas, pidiendo un deseo o purificarse, y renacer hacia una nueva etapa.
En Laredo, las Panchoneras, viejas vendedoras de pescado, antiguamente se iban a la playa a lavarse acompañadas de una charanga y un carruaje engalanado sobre el que se trasladaban con sus vestidos largos collares, pulseras y demás baratijas. Después de recibir el “nuevo día'' regresan al muelle donde las esperaban la gran fogata de San Juan.
En otros lugares, las muchachas casamenteras, se dedican a buscar la flor de agua que brota al alba de esa misma noche en las riberas de los ríos, cuya floración solo dura un instante. La flor de agua se relaciona con la creencia de que las Anjanas (o las mozas de agua) salen esta noche, y al encontrarlas esas flores se lavan el rostro con ellas, pueden cura los ojos y las enfermedades de la piel, y ser más hermosas.
Otro de los elementos más importantes de la noche de San Juan son las hierbas mágicas. Hay muchos pueblos, esa noche se coloca ramos en las ventanas, balcones y puertas de las mozas Casamentera.
Si el ramo va adornado con cintas azules y blancas, enderezado con frutas del tiempo, rosquillas azúcar, canela y pan de flor, la moza a quien se dirige es guapa y buena. Si la moza es fea y vanidosa, se coloca un ramo de ortigas, cenizas, hojas de higuera, espinos, estropajo… Antes de la aurora, los mozos se quedan hasta que la moza se despierte y de su aprobación para casarse.
Pero sin duda las dos hierbas mágicas más importantes de esta noche es el trébol de cuatro hojas y la verbena o hierba de San Juan ambas relacionadas con uno de los mitos más conocidos en Cantabria: los caballitos del diablo.
Los Caballucos del Diablo, el mal toca tierra.
En Cantabria existe una tradición, que es salir al campo, al bosque o al prado a recoger los tréboles de cuatro hojas, conocida como la planta de la suerte, y especialmente ese día adquiere un poder mayor. Se dice que el trébol de cuatro hojas conseguía cuatro cosas: vivir 100 años, no pasar dolores en toda la vida, no tener hambre y aguantar como si tal, todas las desazones.
Y el problema de encontrar este tipo de plantas en este en esta fecha tiene un nombre, los caballitos del diablo. Dicen que aparecen volando entre llamas y humo, cuando aparecen todo el ambiente se impregna de un fuerte olor a azufre.
Muchos lugareños escuchan un ruido estruendoso parecido a unos rugidos infernales que asustan a la gente. Se cuenta que los caballitos del diablo se asemejan a las libélulas pero a diferencia de ellas que son símbolos de buena suerte, de cambio y gracia, los caballitos del diablo son lo contrario, representa lo infernal.
Los caballitos del diablo son siete: uno blanco y otro negro, encarnado, azul verde, anaranjado y amarillo. Dicen que son almas condenadas por muchos de sus pecados. El
Colorado dicen que era un señor que prestaba dinero a los labradores pobres y después los embargaba con trampas de mala leche; el blanco, es un molinero que robaba las maquilas, que es la cantidad de grano en harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda; el negro, un ermitaño que engañaba a la gente; el amarillo, un juez corrupto; el azul, un tabernero; el verde, un señor muy rico que perdió a muchos mozas honradas, deshonrándolas y abandonándolas , y el anaranjado, un hijo que pegaba a sus padres.
Vuela siempre juntos y el primero de ellos es el caballo rojo, el más grande y robusto, es el que lleva al jefe que lidera a la caballería, dicen los que les han visto que es el mismísimo diablo y el resto son demonios de su corte infernal.
Están los caballos vienen al mundo en la noche de San Juan. Son nefastos para los montañeses ya que se dedican a pisotear y quemar las mieses, dejando las huellas de sus cascos y las pezuñas quedan marcadas en la tierra recién labrada para sembrar en el mes de julio. Su respiración es tan fuerte y fría como el viento del invierno que hacen caer las hojas de los árboles.
Sus ojos relumbran como brasas incandescentes. Aparte de comer los tréboles de cuatro hojas se dedican a destruir las llamadas flores del agua, que nacen en las fuentes y que otorgan amor y felicidad.
Andan por el monte comiendo el trébol de cuatro hojas para que no lo encontrasen ni los mozos ni las mozas. Se dice que si una persona los veía tenían que hacer siete cruces en el aire para librarse de morir aplastados a su galope. Y cuando descansaban fatigados y mojados por el sudor echaban una baba que se convertía en barras de oro. El que lo encontraba se hacía rico al momento, pero cuando moría iba derecho al infierno. No había salvación.
Las hogueras de San Juan hay que tener cuidado con ellas porque si un caballito del diablo cruza dichas hogueras es señal de que habrá grandes desgracias.
Existen dos formas para evitar que se les acerque, una es hacer siete cruces en el aire y otro procedimiento más útil es llevar una rama de verbena o yerbuca de San Juan, que es la hierba sagrada que espanta todo mal y que debe de ser recogida la madrugada de la noche de San Juan del anterior año. Esa madrugada, los mozos y las mozas libres de la presencia de los Caballucos suelen cantar:
Si coges la verbena
En la noche de san Juan
No te dañarán culebras
Ni caballucos del mal
Por tanto, si andas por Cantabria te recomiendo que vayas a bailar y saltar sobre las hogueras, recoge la hierba de San Juan o verbena, y con un poco de suerte encontrar algún trébol de cuatro hojas, e incluso si estás cerca del mar, saltar las nueve olas pidiendo a la vez un deseo, y tendrás un buen comienzo de verano.