Un milagro de Navidad
Que duro puede ser que, como una horrible pesadilla, se extravíe un hijo en una ciudad desconocida, de noche, sin ropa de abrigo, con el agravante de que se trata de un niño vulnerable debido a una discapacidad que le limita e impide comunicarse correctamente y defenderse de los peligros de nuestra sociedad.
Reconozco que para mitigar el dolor que sentía, por muchos pensamientos positivos que llegué a visualizar aquella fatídica noche, ninguno de ellos logró imponerse a los negativos, los cuales, apoderados totalmente de mi existencia, campaban a sus anchas ahogando las pocas endorfinas que me quedaban y que se derrumbaban voluntariamente por un precipicio de emociones sin camino de vuelta: dagas que cortan el alma.
Jesús se había escapado de casa a las 20.30 hoas aprovechando un descuido, además, no llevaba encima el GPS que normalmente le acompaña.
Enseguida me di cuenta de que la situación era complicada: había que actuar cuanto antes. Sentarse a llorar y lamentarse no serviría de nada. Por eso, mientras nos organizábamos, dividíamos e intentábamos agilizar su búsqueda, decidí dejar atrás miedos y vergüenzas y llamar a la policía para denunciar de inmediato el incidente.
El tiempo apremiaba
Después llegó el otro atrevimiento, el de pedir ayuda compartiéndolo en redes sociales - factor que resultó determinante -, en no importarme reacciones, en confiar en la buena estrella que se le presupone al ser humano.
Sin apenas batería en el móvil, las llamadas se sucedían una tras otra; la mayoría de ellas daba pistas confusas sobre su paradero. Otras simplemente me hablaban de ánimo y tenía que colgar disculpándome, sin tiempo de atender.
Quinientos kilómetros de distancia entre Santoña y Alcalá de Henares. Fue cuestión de minutos. Los cuerpos policiales tomaron literalmente las calles centrales de la ciudad acotando las posibles zonas de paso de Jesús, según los diferentes avisos que iban llegando a la unidad central. La colaboración ciudadana se convirtió, en cuestión de horas en todo un fenómeno social, con los propios vecinos de la localidad, cual vigías asomados a las ventanas que esperaban ansiosos verle pasar.
Ajeno a aquel extraordinario movimiento ciudadano que se estaba produciendo y, montado en un coche de policía con la compañía de un agente que, más allá de sus atribuciones profesionales, decidió doblar turno para colaborar y acompañarme en esos difíciles momentos, las redes sociales, con su epicentro en Santoña y Cantabria en general, extendían el mensaje desesperado de búsqueda.
Eran las 23.20 horas cuando recibimos el aviso vía walkie-talkie: creían haber encontrado al niño sano y salvo.
Un policía local me hacía el gesto afirmativo con el pulgar hacia arriba. Estaba seguro, era él. No quería creerlo hasta que no le viese.
El coche que me llevó al deseado reencuentro se adentró por calles desconocidas - o eso creía -. Era una loca carrera entre farolas que se encendían y apagaban, personas que, en vez de andar, parecían deslizarse por las húmedas aceras que cubrían de agua-nieve sus adoquines, como en una improvisada analepsis.
Era él, tapado con un chaquetón de la policía; estaba frio pero tranquilo, esperando en un banco mi llegada.
- No te preocupes Jesús, viene a buscarte papá -
¿Un milagro en Navidad?… puede ser, pero el precio del amor debería de ser más lujoso que cualquier bien material que podamos poseer.
Por eso agradecer es una forma de honrar nuestra existencia.