Fidelidad sobrevalorada
El tema de la fidelidad me persigue desde que escribí un artículo en una red social sobre una escena que vi en un programa de televisión, donde una joven se rasgaba las vestiduras porque su novio la había dejado y creía que era el fin del mundo.
Pensé que ya esa cuestión se terminaría pero ha dado el caso de ser lo contrario y ante una charla distendida mantenida con una amiga ha vuelto a ser recurrente sin que me diera cuenta.
La conversación no la voy a trascribir, aún me quedan neuronas suficientes para saber qué es una confesión y cómo hay que ser fiel, aunque esa persona termine siendo tu enemiga en potencia número uno, para guardar a buen recaudo lo que alguien te confiesa dentro de una amistad, por lo que ahí se quedan ustedes pensando qué será lo que ha narrado, dejando al lector con la miel en la boca y sin tener respuesta, eso les pasa por ser curiosos, ahí lo dejo.
El caso es que en un momento de la misma me ha lanzado la pregunta de si tendría miedo de que mi marido me fuera infiel en algún momento y si nunca he dudado de él, a lo que le he contestado con otra pregunta directa y sin tapujos, ¿por qué en vez de preguntarme por lo que haga o deje de hacer no me preguntas si yo soy fiel? Yo soy la responsable de mis actos y él de los suyos, por lo que a mí no es a la que se le tiene que preguntar por las acciones contrarias, que son personales e intransferibles.
Y esta pregunta no es cosecha propia, si no de mi madre, mujer empoderada donde las haya. Yo solo he hecho una copia de la misma tomando sus palabras y reflexiones como buena hija.
Ella, ojiplática, no se esperaba esa contestación encubierta con otra pregunta y al verla sufrir por el tema en cuestión al haber descubierto que su pareja la estaba engañando con una mujer más joven he aprovechado para decirle lo siguiente: “Espero que le hayas felicitado”.
Como no le ha gustado mi frase me ha pedido que le explicara qué era lo que quería decir o insinuar, por lo que con gusto he procedido a explicarme, pues anda que no me gusta hablar ni ná como los bulderos de antaño.
Pero vamos a ver, digo yo, si un hombre de cincuenta y muchos años es capaz de liarse con una jovencita es para felicitarle, ponerle una hoja de laurel en su bella cabeza llena de imaginación contenida por el logro de haberlo hecho realidad y besarle con una marca de carmín en su frente por tal hazaña. Vamos, hombre, no me sean estrictas que el hombre se lo ha currado y mucho y el empeño hay que premiarlo sí o también.
¿Ustedes saben el esfuerzo titánico que ha tenido que realizar para acercarse a cual fémina, hacer de su vida la suya, dejarle ver que le importa lo que haga o diga, acompañarla a eventos cuando a lo mejor lo que le apetecía era estar en casa leyendo el Marca y teniendo que compartir chorradas con sus amigos, a los que le llevará veinte años y aún andarán hablando de si comprarse un piso cuando este ya la tiene pagado o de si se han liado con la amiga de fulanita de tal porque está más buena que el pan untado en huevos con chorizo? De verdad que me parece un esfuerzo superlativo que ni Leonardo da Vinci en la Gioconda. Buff, solo de pensarlo me entran calores y no de la menopausia, si no del agobio en sí, con todas sus letras y repercusiones varias.
De verdad que la fidelidad está sobrevalorada y más en los tiempos en los que creemos tener en propiedad a quien nunca fue nuestro, así de claro. No me tengo yo ni en propiedad intelectual como para tener a un marido o a un hijo como si fueran algo que no pueden salir de la maceta sin llevar mi consentimiento, anda que...
Ya en ese artículo expuse lo que me ocurrió en una cena en donde unos compañeros de mi marido argumentaban lo que le había pasado a una compañera que había pillado in fraganti a su marido con otra, a lo que yo expuse: “No pasa nada, volvería a ser su amante, así de claro, porque una ya entra en la cincuentena y lo mejor de su vida ya me lo he bebido yo, como la canción de Julio Iglesias, por lo que si me haces falta para un aprieto aquí me tienes, pero luego que te aguante Rita, corazón”.
En esa conversación se produjo un silencio sepulcral y yo, que seguía desmenuzando el pescado para no ahogarme con las escamas y las espinas, me vi rodeada de mil ojos esperando a que dijera que estaba de broma. Levanté mi vista y les volvía a argumentar lo mismo, firme, contundente y lacónica a más señas.
Uno de ellos me preguntó si iba en serio lo que decía, a lo que me dirigí a él argumentando que totalmente cierto y que no dudara nunca que lo pondría en práctica. Es una manera de invertir los papeles, la otra sería su mujer y yo la amante, ¿qué problema hay? La alegría que le va a dar saber que tiene un dos por uno, que ni en el Carrefour, y que puedo disponer yo de él y él de mí sin complicaciones varias y sin tener que dar cuenta de lo que es mi vida sexual más que a una misma por su valor y crecimiento personal.
Es más, si me apuras, le sacaría una foto a la susodicha con su móvil, dejando ver que descansa después del esfuerzo con una frase que le indique lo siguiente: “tranquila, vuelve en seguida, espérale ,que va seguro, y yo no estoy para hacer cenas, por lo que en breve te lo mando de vuelta”
¿Acaso pensaban que solo esas licencias eran dignas de mención y acción en los hombres? Vamos, vamos, no nos subestimen, que hemos avanzado y mejorado con la edad.
Ya lo decía la actriz de “Lunas de hiel” a su compañero: “Hagas lo que hagas piensa que yo lo puedo hacer siete veces mejor”, pues ahí estamos nosotras, multiplicando la acción y dando un resultado positivo, eso sí, con la crítica hacia nosotras por hacer lo mismo, pero enjuiciadas por ser féminas ¡Toma ya, que viva la igualdad!
El caso es que en ese instante fue cuando las mujeres y novias de los que allí estaban esbozaron una sonrisa burlona y jamás las vi comer el bistec con una finura exquisita, mientras saboreaban aquella carne como si fuera el deseo carnal de Adán y Eva en el paraíso terrenal.
Una de ellas me llegó a susurrar al oído, mientras limpiaba mis dedos del sabor de aquella lubina, que era lo mejor que había escuchado en su vida y que le había abierto los ojos de par en par a lo que era ver la vida de otra manera pasados los cuarenta.
Vamos a ver, mujeres del siglo XXI, que ya se me acaban las argumentaciones para que nos empoderemos y no seamos dependientes ni de san Cristo, que parece que no caminamos por ser la pata del Cid. No se acaba el mundo porque alguien nos deje, a ver si nos enteramos que cuando alguien ya no nos quiere es mejor dejarle marchar y no permitir agarrarlo como un atún recién pescado y esto lo traslado a amistadas, parejas, hijos y demás procesiones en las que parecemos las que cantamos las saetas detrás del Nazareno ¿Dónde narices está nuestra estima? ¿De verdad se acaba el mundo cuando alguien te deja para empezar una nueva vida?
Conmigo no cuenten, yo nací libre y espero que alguna despierte del letargo de una vida que no es la imaginaria y que se abre a horizontes lejanos con una cartel de cine a lo Pedro Almodóbar en donde parecemos Mujeres al borde de un ataque de nervios mientras suplicamos Átame al escuchar Tacones lejanos para caer en las redes de los hombres que creen tener la tutela y batuta para dirigir la vida marital sin que nos desesperemos con no poder seguir adelante al no tener un cuerpo de veinteañera.
Ah, no, por ahí sí que no, que una se cuida y mucho para gustarse a sí misma y ser el primer plato de nuestra propia existencia, por el amor de Dios, quiéranse un poquito más y valórense en sus atributos y virtudes, que ser dependiente de quien sea da más quebraderos de cabeza que un aspirante a torero en la arena de un ruedo para ver si gusta al maestro y este resulta que es gay y suspira por el mozo de espadas.
Que ya he pasado de esos miedos y les he dado una patada en el culo a todos para dejarles ver que hay más margaritas en el campo y que no se puede ir con tanto temor por la vida.
Ahora discúlpenme, voy a llorar y a denigrarme como ser humano porque mi marido me pueda llegar a dejar en un futuro. Vamos, hombre, seremos tontas...
Y habrá quien diga que mis palabras son fáciles de escribir por ver el toro desde la barrera, pues no lo duden, damas mías, si tengo que bajar al ruedo a torear a la novilla lo haré con gusto, estilo y con una peineta en mi dedo anular como regocijo de saber que tengo los ovarios muy bien puestos y que me valoro como yo merezco, con todo mi ser y esencia pura.
Jesús, qué agobio de vida, lo que hay que hacer para ser libres cada día un poco más.
Hasta entonces, ámense, como si fuera el fin del mundo y no hagan de ese fin del mundo una tragedia.