West Side Story y Spielberg: Su música y su emoción perduran
Cuando solo era un niño, Steven Spielberg fue de la mano de su padre a ver una película donde se cantaba y bailaba para contar la historia que marcaría su vida
Se trataba de West Sida Story y, 60 años después, convertido en maestro, ha querido dejar su huella con “su” versión de este drama atemporal.
Todo surgió en 1957 cuando el genio musical de Leonard Bernstein se unió al genio literario de Stephen Sondheim para escribir una historia de amor imposible envuelto en temas tan delicados como el racismo, la xenofobia o el nacionalismo más ciego, y todo eso llevarlo al teatro musical de Broadway.
La rompedora historia, basada de forma tangencial en el Romeo y Julieta de Shakespeare, consiguió un enorme éxito en Broadway y tardó muy poco en llegar al cine, cuando Robert Wise en 1961 dirigió su West Side Story que ha sido un referente del gran cine musical. Inolvidables escenas llenas de emoción y el recuerdo de Natalie Wood, Richard Beymer o Rita Moreno al frente de unos personajes que marcaron una época que parecía irrepetible. Hasta ahora.
Spielberg conoce la obra de memoria, idolatra la partitura de Bernstein, admira las coreografías de Jerome Robbins y la historia de Arthur Laurents. Esta “su” versión es un homenaje a la obra original de Broadway usando la película de 1961 como base. Y ahí está el mérito, haber conseguido llevar a nuestros días una historia de hace más de 60 años y actualizar los temas que políticamente antes eran tabú y que ahora están más candentes que nunca.
Para lograrlo necesitaba un equipo creativo y artístico de primer nivel, sin escatimar recursos (la producción ha costado más de 100 millones de dólares) y así consigue reunir a David Newman para los arreglos musicales, a Tony Kushner para el guión, a Janusz Kaminski para la espléndida fotografía y, sobre todo, al gran coreógrafo Justin Peck. Y la parte musical, fundamental, se la reserva a Gustavo Dudamel dirigiendo nada menos que a la Filarmónica de Nueva York.
Para el reparto buscó a buenos cantantes/bailarines que supieran actuar. Y quiso que los papeles puertorriqueños fueran interpretados por latinos, sin doblar al inglés, quiere dar la mayor veracidad a sus personajes para que los temas de odios, racismo o xenofobia, se comprendan hoy día como algo que, 60 años después, sigue ocurriendo.
Así tenemos a Rachel Zegler como la nueva María, buena cantante y expresiva aunque sin el encanto que tenía Natalie Wood frente a la cámara. Ansel Elgort buen actor y cantante aunque frío y poco dramático.
La estupenda Ariana DeBose como la nueva Anita, David Álvarez como Bernardo, y un muy creíble Mike Faist como Riff. Uno de los grandes aciertos fue contar con Rita Moreno en un nuevo papel, Valentina, que será la ayuda y consejera de los protagonistas de este drama. Hasta le reserva uno de los temas más famosos e importantes de la historia, el “Somewhere”.
La película tiene una factura impecable, consigue “trucar” la fotografía como si fuera el antiguo technicolor, el vestuario cuidado al mínimo detalle, y esa mágica reconstrucción del West Side neoyorquino de los años 50 en plenas obras para levantar el Lincoln Center que hoy conocemos. Y, sobre todo, las espléndidas coreografías, más impactantes que en la versión de Robert Wise, rodadas en travelling con la cámara a ras de suelo, dejando a sus protagonistas expandir su arte y su pasión. Memorable en “América” rodada no en una azotea sino en plena calle, en pleno día y lleno de gente.
Técnicamente Spielberg supera a Wise, pero no le supera en transmitir esa emoción de ver a Natalie Wood y Richard Beymer mirando a cámara abrazados al saber que en sus miserables vidas no cabe ni el amor ni la paz, aunque sea juvenil.